"Reapareciste en mi vida como aquella flor, traspapelada entre las páginas de ese libro al que se retoman sus lecturas, como ese arpegio que nos remonta en la luz de su velocidad al instante oportuno, que inspiró aquel beso y luego, todo lo demás..."

jueves, 25 de diciembre de 2008

E N T R E M U R O S

  
Recorríamos las calles. Creíamos saber cuán inmenso era el mundo. Imaginábamos haber surcado sus mares, escalado sus montes, sus prados, todo. Largas horas pasábamos en ronda, balbuceando leyendas que alguna vez escuchamos de la sabiduría de nuestros abuelos. Dibujábamos sonrisas al sol, coloreábamos el fondo de amarillo, las nubes celestes; llegábamos del colegio con alguna mancha de tinta azul. Por la mañana escapábamos a nuestro refugio de encuentros, el potrero. Atrapábamos mariposas, escarabajos, gritábamos ¡piedra libre! Remontábamos cometas de caña y papel barrilete. Al caer el sol, trepábamos al viejo y descascarado Olivo. Buscábamos nuevas estrellas, altos paredones saltábamos sin miedo, y la “vieja” nos llamaba, preparaba mate cocido con leche, pan con manteca y nos reprendía si los días lluviosos ensuciábamos la camiseta del club en el barro... Son imágenes imborrables. Sin embargo, aquellas vivencias nunca serán leídas en los libros de historia; serán parte de este viaje, lo sé; mientras el alma permanezca aferrada. Caminé quién sabe cuánto, en busca del barrio olvidado. Por fin, en una esquina encontré el tronco talado de aquel árbol al que trepábamos en los atardeceres de otoño. Veredas que alguna vez, fueron charcos de barro. Horizontes ocultos por amplios tejados... Leí en algún libro que “la vida nos grita verdades”, y es cierto; cuando el espíritu es golpeado como sismos que sacuden la corteza, caen al vacío los sueños o el iris se triza por decepción; me pregunto: ¿Cómo pudimos aún, no encontrarnos? Extravié mi infancia entre muros. Agitado, corrí por las galerías de aquel laberinto, siguiendo señales que nunca me orientaron. Contuve lágrimas… En ese momento me encontré solo; tal vez, más de lo que nunca había estado. Giré sobre mí mismo, adosé la espalda al ladrillo, lentamente me dejé caer, encogí mis piernas y las abracé. Más tarde, me descubrí extinto.

Del libro "HOMOS, LOVE Y SOLES"

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David.